Recuerdo mi
primer campamento como si hubiera sido ayer.
Tenía dieciséis años y había ido en compañía de mi hermana y de mis primos. Lo
que nadie espera es que, a esa edad, fueras a un campamento ¡en compañía de tus padres!
Sí, ellos fueron, y, la verdad, fue una experiencia muy vergonzosa, porque mi
hermana y yo éramos las únicas cuyos padres habían decidido colarse al
campamento.
Al principio, no pudimos hacer nuevos amigos, y no sabíamos por qué
nadie nos hablaba. Ahora que lo pienso, tal vez era porque mi papá era muy celoso
y, cada vez que alguien se nos acercaba, lo miraba mal. Afortunadamente,
decidieron irse porque, la verdad, no tenían nada que hacer en el campamento.
¡Qué
coincidencia! Cuando se fueron, empezamos a hacer nuevos amigos. La gente
nos hablaba y, finalmente, pudimos
divertirnos. Nos sentíamos libres de hacer cualquier cosa sin tener a nuestros
padres vigilándonos todo el tiempo.
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