Era una noche común y corriente. Para mí
al menos lo era. No tenía nada de especial. Normalmente, yo suelo tener un sexto
sentido cuando van a suceder cosas grandes e importantes, sean buenas o malas.
Pero esta noche no fue así.
Luego de salir de la universidad a las nueve de la noche, recuerdo que fui a mi casa,
a hacer deberes mientras esperaba a que llegara mi enamorado, como siempre.
Habíamos quedado en ver una película y, debido a mi ausencia en días anteriores
por haber tenido un viaje familiar, estaba muy entusiasmada de que lo iba a
ver.
Cuando llegó, todo sucedió como siempre.
Él llegó con una sonrisa en su rostro. Muy contento de verme, pues yo era la niña
de sus ojos. Como él me decía: solo con verme ya estaba feliz y podía terminar su
día. Luego de conversar un rato, pusimos la película para verla. Era muy
interesante, recuerdo, pero más pudo nuestro cansancio y sueño. Nos quedamos
dormidos.
Luego de unos minutos, él recibió una
llamada. Era su mamá. Le pedía que regresara a casa, pues ya era tarde. Nos
levantamos muy asustados, preocupados por la hora. Tanto a él como a mí, nos
iban a retar. De un salto nos despedimos rápidamente
y se fue a su casa.
Esa noche no sé lo que sucedió. Lo último
que recuerdo de manera nítida es el comienzo de la película. Cuando se fue, recuerdo
haber caminado con los ojos cerrados y con las manos encaminarme a mi cama. Esa
noche tenía tanto sueño que me quede dormida con la pijama en la mano. Ni
siquiera alcance a sacarme la ropa de casa.
De repente, recibí una llamada. Era mi
novio. Llamó, como se lo enseñé desde un comienzo, a avisarme que había llegado
bien y que se iba a dormir, pues el estaba tan cansado como yo. Al despedirnos, colgué,
me cambie de ropa y me metí entre las sábanas. Esa noche no seguí mi rutina de
antes de dormir. Solo dormí. Recuerdo que esa noche compartí cama con mi
hermana porque mi abuela estaba de visita y le cedimos nuestro cuarto.
Para mí, solo habían pasado cinco minutos
desde que cerré cuando recibí otra llamada de él. Pensé que solamente me
llamaba para decirme algo lindo, que me extrañaba o algo por el estilo, pues él
siempre fue muy detallista y dulce. Cuando contesté, noté un tono extraño en su
voz. Como estaba tan dormida no lograba descifrar si era voz de sueño, triste,
o desesperación. Luego de su explicación, entendí. Era desesperación.
Apenas contesté el teléfono no me dejó ni
decir hola. Atrás podía escuchar a toda su familia y me sorprendí, pues ya era
tarde como para que todos estuvieran reunidos y despiertos. Él me dijo que algo
le había pasado a su papá. Se había desmayado. La verdad, yo no me asusté. Había
vivido tantos desmayos de mis amigas que eso ya no me asustaba. Sabía que no
era nada grave y que en pocos minutos se despertaría. Él estaba muy asustado.
No me dejó decir ni una sola palabra y me dijo que me devolvería la llamada.
Me puse a rezar, de todos modos, pues él
estaba muy asustado. Pensé que no
vendría nada mal una oración para que, en todo caso, no se tratara de nada grave.
Pero algo dentro de mí no me dejaba estar del todo tranquila. Sentí algo
extraño. También pensé "no puede ser nada grave pues no tengo ningún
sentimiento extraño y feo dentro de mí."
¿Sería ta lvez que mi sexto sentido dejó
de funcionar?
Como era de esperarse, me quede
dormida, rezando. Al cabo de un minuto, me volvió a llamar. Pensé que era a
calmarme y decirme que todo estaba bien.
Para mi mala suerte no fue así.
Me llamo llorando. Esta vez ya no noté el
tono de desesperación que noté en las llamadas anteriores. Se trataba de una
voz rendida. Calmada. "Falleció mi papá," fueron sus palabras. Las recuerdo hasta hoy. Y un silencio enorme fue lo que continuó en
nuestra conversación. No supe qué decir. No quería llorar, ni gritar, ni hablar. Me
quedé en blanco. Supongo que él esperaba una respuesta de mi parte, pero
yo, simplemente, dejé de funcionar.
Mi hermana, que había escuchado toda
nuestra conversación desde la primera llamada, saltó de la cama y me preguntó
qué había sucedido. Le dije, sin contestarle a él: “Falleció su papá.” Me dijo
que le respondiera. Le dije: “Voy para allá.”
Yo no podía moverme. Solo recuerdo que le
dije a mi hermana: “Dime qué hacer,” y ella supo decirme, desde cómo ponerme la
ropa, hasta cómo y qué decirle a él ya su familia. Esto nunca me había sucedido
antes. No sabía cómo actuar. Realmente necesité de alguien que me dijera hasta
cómo se respiraba.
Cuando llegué allá, recuerdo que le dije a
mi hermana que me moría por llorar, y ella me dijo "Nunca. No llores. No
puedes llorar." Me lo tomé muy en serio. En ese momento lo que ella me decía
era como debía ser. Y así fue. Me convertí en un soporte para él. Jamás me dejé
quebrar. No lloré. Me aguanté todo lo que sentía. Toda la pena y tanto dolor me
lo aguanté, pues él y su familia ahora se habían convertido en lo primero para
mí.
No comments:
Post a Comment