Bueno. Lo que se me
ocurre, y que me viene a la mente contar, es sobre mi decisión de ingresar a la U.
Mi primer día de clases lo recuerdo muy bien. Nerviosa y con unas expectativas muy grandes, ya que iba a explorar un mundo totalmente diferente.
Mi primer día de clases lo recuerdo muy bien. Nerviosa y con unas expectativas muy grandes, ya que iba a explorar un mundo totalmente diferente.
Mi mamá siempre me hablaba de que era algo chévere el tiempo del colegio, la molestadera, la joda con los amigos (como muchos dirían), pero, bueno, yo soy de esas chicas que a la edad de las salidas a chismear o fiestas, pensaba en otras cosas más importantes. Mis estudios, mi familia, mis amigos de la infancia y Dios, antes que todo.
Entrar a la U para mí
tenía un gran peso. Por el simple hecho de que estuve a punto de hacerme
religiosa. Les cuento que fue una experiencia única y, sin entrar en tanto
detalle, el decidir regresar a empezar una vida universitaria, como la de
cualquier joven de dieciocho años (que era la edad que tenía en ese entonces), fue la mejor decisión que he tomado.
No se los niego: amo a Dios, a mi familia y a mis amigos, pero esta aventura de irme y convivir con religiosas por más de tres meses, me hizo entender que tenía un mundo que conocer y vivir.
No se los niego: amo a Dios, a mi familia y a mis amigos, pero esta aventura de irme y convivir con religiosas por más de tres meses, me hizo entender que tenía un mundo que conocer y vivir.
Hoy en día, la
universidad para mí es mi segundo hogar. Literalmente, se vive aquí. Pero me encanta
el conocimiento que voy adquiriendo. Es realmente sorprendente. Tantas cosas
nuevas. En serio, da ganas de estudiar y hacer algo por el mundo. Quiero hacerlo
desde lo más cotidiano, desde los libros, las trasnochadas y las experiencias
en las aulas.
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