Sunday, September 29, 2013

Monólogo por Solange Santos

La primera vez que lo vi en la discoteca, llevaba botellas de cerveza en sus manos, y estaba rodeado de mujeres.  Ellas más divertidas que él. 

Lo miré por varios minutos, sin disimular; no me importaba que lo notara. Me parecía que estaba incomodo aunque para cualquier chico promedio, la situación era  ideal: dos cervezas en cada mano, cuatro chicas bailándole  y una mirándolo, intensamente.  

Me era familiar su cara. Le dije que debería compartir una de esas cervezas y así lo hizo. Ahora que lo pienso, siento que lo salvé de esas chicas que bailaban a su alrededor. No sé si su mirada cansada era debido a su mal día, a su mala noche  o tenía otros motivos más intensos. En todo caso, no me importaba mucho su situación. Era guapo,  y apostaba a que no le importaría gastar más dinero de su cartilla. Yo tenía el corazón  roto, y sentía que éramos  la mejor compañía aquella noche.

Le dije de donde lo conocía. Habíamos estudiado en el mismo colegio y él era cuatro años mayor. Los dos parecíamos interesados en seguir conversando en el bar, pero él debía regresar con sus amigas, ya borrachas. Yo  buscaba a mi mejor amiga que desde hacía un buen rato no salía del baño. Me pidió mi número y asumí que allí quedaría todo.

Nos hicimos buenos amigos a través de mensajes. Él había regresado de Madrid hacía poco de un viaje de despedida de relación, que había hecho con su ex novia. Me pregunté qué era un viaje de despedida de relación.

Una noche me invitó a su casa. Apenas lo conocía. Le podría contar todo. Hablarle mal de mi mejor amiga que se había ido con mi ex novio. Podría ir desarreglada y, luego de esa noche, tendría la opción de no volver a frecuentarlo más. 

Camino a su casa, pensé que estaba loca. ¿Por qué estaba yendo a la casa de un desconocido? Solo sabía que también había estudiado en mi colegio y que tenía fama de fiestero. En el caso de que fuera un violador, no tendría cómo defenderme porque yo misma lo había buscado hasta su casa y él podría decir que yo fui a seducirlo.

Llegué. Me recibió con una sonrisa y una pizza en la mano.

—Tienes que contarme por qué ese  corazón roto —dijo—. No tengo alcohol, pero hay mucha pizza.

En ese momento supe que sus intenciones no eran malas.

Desde entonces, es mi mejor amigo.